Donó las tierras para crear Pinamar y fundó el balneario que lleva su nombre
LA NACION
Hay familias con mujeres fuertes, que se enfrentan a los mandatos de su época, que dan batalla, que brillan con luz propia y de las que vale la pena conocer su historia. Valeria Guerrero fue una de las sobrinas de Felicitas Guerrero, una de las mujeres más ricas y bellas de la Argentina, que terminó su vida de manera trágica. Era hija de Manuel, uno de los hermanos menores de la célebre joven porteña. No se conocieron. Felicitas murió en 1872, muchos años antes de que naciera Valeria, quien heredó de su tía esa estirpe de pionera, emprendedora y hábil para hacerse cargo de cosas que en esos tiempos no hacían las mujeres. Felicitas enviudó muy joven y heredó las tierras de su marido Martín de Álzaga, grandes extensiones de campo en plena pampa bonaerense, que incluían muchas hectáreas en el actual partido de Pinamar, que ella misma se encargaba de administrar y recorrer.
Cuando Enrique Ocampo, un enamorado despechado, la asesinó con un tiro por la espalda, su fortuna y tierras pasaron a sus padres y luego a sus hermanos. Los dos hijos que tuvo Felicitas habían muerto unos años antes, no tenía descendientes. Fue Manuel el que se quedó con campos en Castelli, donde le dio vida a la tradicional estancia La Raquel, conocida por su imponente castillo que se ve a la vera de la ruta 2 y dueña de un jardín frondoso, que hace muy poco reabrió al turismo después de años de reformas. También heredó tierras en lo que en ese entonces era un desierto de arena, con médanos indomables a orillas del mar.
Valeria Guerrero se casó con el médico Juan Pablo Russo
Cuando murieron su padre y su hermano mayor, Valeria tuvo que seguir, junto con su madre, con los negocios familiares. Se hizo cargo de la estancia y la fábrica de lácteos que allí funcionaba, se codeó con la alta sociedad, pasó largas estancias en París, viajó por el mundo, tuvo pretendientes importantes en la Argentina y en Europa, se casó después de los 40 años y fue decisiva en el origen de Pinamar. Aunque las cosas no terminaron como esperaba y, alejada de aquel proyecto, emprendió uno propio y le dio vida a Valeria del Mar. El 5 de mayo próximo se cumple el 31 aniversario de su fallecimiento. Aunque mucho menos conocida que su tía Felicitas, dejó un legado que perdura.
“Tía Valeria tenía una personalidad arrolladora, fue ella la Guerrero que verdaderamente hizo cosas. Cuando murió su padre en 1930, la sorprendió la crisis económica con la responsabilidad de tener que hacerse cargo de la administración del campo y la fábrica de queso, crema y manteca; tenían que echar empleados, pero ella se opuso, no iba a dejar a nadie en la calle a costa de no perder dinero, aunque después le costó el cierre definitivo. Tenía un sentido de pertenencia muy fuerte a su lugar, a su gente, incluso se quedó en la estancia cuidando sus tierras cuando hubo una gran inundación”, cuenta Juan Pablo Russo, ahijado y sobrino político de Valeria, que todavía mantiene vivos los recuerdos de los muchos años que compartió con ella.
Nacida en 1900, Valeria se ocupó en persona de administrar los campos familiares, la fábrica de lácteos y de seguir de cerca los avances en Pinamar
Valeria nació en 1900 y, como se estilaba en ese entonces, por ser mujer no fue a la escuela ni a la universidad, aunque siempre soñó con ser arquitecta. Si bien no tenía el título, todas las casas que tuvo y las muchas reformas que les hizo las ideó y las siguió ella en persona. Era una enamorada del diseño.
La educó Mademoiselle Maillon, una institutriz francesa que vivía con ellos, que le enseñaba de todo. Era muy culta y una mujer muy bella, muy codiciada, aunque luego de la muerte del padre y el hermano renunció a casarse. “Decía que su deber era estar con su madre –continúa Russo–. Hasta que conoció a mi tío Juan Pablo Russo, (me llamo igual que él), que era médico, en las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, donde era habitual que la gente de la alta sociedad pasara una temporada. Recuerdo que siempre me decía ‘Tu tío era muy caprichoso y se le antojó casarse conmigo’. La madre también le dijo que se tenía que casar, así que finalmente se casaron”.
Como no tuvieron hijos, Juan Pablo, apenas un chico, pasaba largas temporadas en la estancia La Raquel y compartía el día a día con el matrimonio. Hoy junto con su mujer Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas, continúan con el legado de Valeria: refaccionar el casco de la estancia, que data de 1894 y que por los años había perdido su esplendor y seguir adelante con la fundación que impulsó la tía en la década del 70.
“Ella no cocinaba, no cosía ni nada de eso. Tenía otras inquietudes. Además de ocuparse de las casas y sus tierras amaba sacar fotos. Todavía conservamos los álbumes de sus viajes por el mundo”, recuerda su sobrino.
Pinamar, una obsesión
Valeria tenía una obsesión, lograr lo que su padre Manuel no alcanzó a hacer: levantar un balneario modelo como los europeos, que tantas veces frecuentó en sus viajes, en su desierto infinito. Manuel Guerrero había incursionado en Ostende, pero no resultó como lo había soñado. Las dunas eran incontrolables, no lograron fijarlas y las construcciones poco a poco quedaban tapadas por arena.
Poder forestar de la manera correcta era un desafío y Valeria encontró en el arquitecto Jorge Bunge, con el que la unía una profunda amistad, a la persona indicada. Bunge había hecho unos años antes una gran remodelación en La Raquel. Él, por sus años de estudio en el exterior, sabía cómo forestar para fijar las dunas.
Juntos iniciaron el camino de un balneario modelo: Pinamar. Valeria donó 3600 hectáreas para el proyecto, que demandó años de trabajo, de luchar contra esos médanos vivos, de lograr acuerdos para que se hagan rutas. De un sinfín de dificultades. Pero la amistad se resintió, la relación no terminó bien entre ellos y Valeria terminó alejándose del plan original.
“Una ilusión he tenido siempre, desde chica: la idea de formar un balneario en los médanos de papá, cerca de Ostende, lo que él quiso hacer en 1909. Lo he deseado vehementemente. He querido que se hiciera. Por un lado, lo he conseguido. Pinamar es una playa muy linda, gusta a todo el mundo. Por otro lado, siento una gran pena por no seguir trabajando allí y poder ocuparme de todo como hacíamos al principio”, escribió Valeria en Surge Pinamar.
En el libro, que está agotado, pero que la familia Guerrero-Russo planea reeditar, cuenta sus memorias sobre el nacimiento del balneario con lujo de detalles. En las páginas se lee, desde su óptica, cómo se fue quedando afuera del proyecto, a tal punto que llegó a ser considerada enemiga de Pinamar.
En algún momento, Valeria Guerrero consideró que quedaba liberada de la exigencia de entregar otros terrenos a ese emprendimiento. También renunció a un compromiso que tenía con Vialidad Provincial de donar tierras para el camino y para el puesto del caminero, además del alambrado necesario.
Respecto del conflicto con Bunge, escribió: “Pienso, como una descarga, como un atenuante para la conducta de Jorge, que una vez embarcado en esa empresa, que se iba volviendo tan importante, y justamente por ese motivo, surgían a cada rato, y cada vez más inconvenientes. Las dificultades lo desbordaban. La gente que lo rodeaba iba en aumento a medida que adelantaba Pinamar. Estoy segura que lo tenían acosado: para que tratara de conseguir lo que realmente se necesitaba.”
Valeria junto con su marido Juan Pablo Russo y el ahijado de la pareja, Juan Pablo, que recuerda los años compartidos con Valeria
Cecilia Guerrero recuerda que para Valeria fue muy duro todo lo que pasó con Pinamar: “Fue un tema que la tuvo muy mal, al que le había dedicado mucho esfuerzo, pero siempre trató de entender a Bunge, nunca quiso pelear, se manejaba con mucha altura”.
Años después, con la pasión intacta por seguir desarrollando la costa argentina, Valeria se refugió en las tierras que le quedaban al sur de Ostende para crear a un nuevo balneario: Valeria del Mar. Con la misma técnica, también lograron fijar los médanos del nuevo balneario.
Así lo recuerda: “Juan Pablo quiso ponerle mi nombre a este balneario cuando lo fundó. A mí, al principio, no me gustaba. No me hacía gracia. Parecía que uno quería llamar la atención. Después pensé que, como en la familia no seguiría el nombre de Valeria, era bueno dedicarlo en recuerdo de mi abuela, Mamí, a quien yo he querido tanto.”
En la década del 70, junto con su marido creó una fundación, donde organizaban conciertos en el campo de La Raquel con renombrados artistas, un evento que recibía cobertura de las revistas de la farándula. La fundación, que continúa en manos de los sobrinos, realiza acciones de ayuda a la comunidad, como comedores y acciones relacionadas con la salud.
Valeria era una enamorada del mar y, mientras pudo, le gustaba ir a la playa. También amaba a su querida estancia La Raquel, su lugar en el mundo. Murió a los 92 años y mantuvo hasta el final de su vida su estilo. Siempre coqueta, de buen comer y tomar.