miércoles, 26 de abril de 2023

La apasionante vida de Valeria Guerrero, sobrina de la célebre Felicitas, una mujer que rompió con el modelo de época

Donó las tierras para crear Pinamar y fundó el balneario que lleva su nombre




Hay familias con mujeres fuertes, que se enfrentan a los mandatos de su época, que dan batalla, que brillan con luz propia y de las que vale la pena conocer su historia. Valeria Guerrero fue una de las sobrinas de Felicitas Guerrero, una de las mujeres más ricas y bellas de la Argentina, que terminó su vida de manera trágica. Era hija de Manuel, uno de los hermanos menores de la célebre joven porteña. No se conocieron. Felicitas murió en 1872, muchos años antes de que naciera Valeria, quien heredó de su tía esa estirpe de pionera, emprendedora y hábil para hacerse cargo de cosas que en esos tiempos no hacían las mujeres. Felicitas enviudó muy joven y heredó las tierras de su marido Martín de Álzaga, grandes extensiones de campo en plena pampa bonaerense, que incluían muchas hectáreas en el actual partido de Pinamar, que ella misma se encargaba de administrar y recorrer.

Cuando Enrique Ocampo, un enamorado despechado, la asesinó con un tiro por la espalda, su fortuna y tierras pasaron a sus padres y luego a sus hermanos. Los dos hijos que tuvo Felicitas habían muerto unos años antes, no tenía descendientes. Fue Manuel el que se quedó con campos en Castelli, donde le dio vida a la tradicional estancia La Raquel, conocida por su imponente castillo que se ve a la vera de la ruta 2 y dueña de un jardín frondoso, que hace muy poco reabrió al turismo después de años de reformas. También heredó tierras en lo que en ese entonces era un desierto de arena, con médanos indomables a orillas del mar.


Valeria Guerrero se casó con el médico Juan Pablo Russo

Cuando murieron su padre y su hermano mayor, Valeria tuvo que seguir, junto con su madre, con los negocios familiares. Se hizo cargo de la estancia y la fábrica de lácteos que allí funcionaba, se codeó con la alta sociedad, pasó largas estancias en París, viajó por el mundo, tuvo pretendientes importantes en la Argentina y en Europa, se casó después de los 40 años y fue decisiva en el origen de Pinamar. Aunque las cosas no terminaron como esperaba y, alejada de aquel proyecto, emprendió uno propio y le dio vida a Valeria del Mar. El 5 de mayo próximo se cumple el 31 aniversario de su fallecimiento. Aunque mucho menos conocida que su tía Felicitas, dejó un legado que perdura.

“Tía Valeria tenía una personalidad arrolladora, fue ella la Guerrero que verdaderamente hizo cosas. Cuando murió su padre en 1930, la sorprendió la crisis económica con la responsabilidad de tener que hacerse cargo de la administración del campo y la fábrica de queso, crema y manteca; tenían que echar empleados, pero ella se opuso, no iba a dejar a nadie en la calle a costa de no perder dinero, aunque después le costó el cierre definitivo. Tenía un sentido de pertenencia muy fuerte a su lugar, a su gente, incluso se quedó en la estancia cuidando sus tierras cuando hubo una gran inundación”, cuenta Juan Pablo Russo, ahijado y sobrino político de Valeria, que todavía mantiene vivos los recuerdos de los muchos años que compartió con ella.


Nacida en 1900, Valeria se ocupó en persona de administrar los campos familiares, la fábrica de lácteos y de seguir de cerca los avances en Pinamar

Valeria nació en 1900 y, como se estilaba en ese entonces, por ser mujer no fue a la escuela ni a la universidad, aunque siempre soñó con ser arquitecta. Si bien no tenía el título, todas las casas que tuvo y las muchas reformas que les hizo las ideó y las siguió ella en persona. Era una enamorada del diseño.

La educó Mademoiselle Maillon, una institutriz francesa que vivía con ellos, que le enseñaba de todo. Era muy culta y una mujer muy bella, muy codiciada, aunque luego de la muerte del padre y el hermano renunció a casarse. “Decía que su deber era estar con su madre –continúa Russo–. Hasta que conoció a mi tío Juan Pablo Russo, (me llamo igual que él), que era médico, en las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, donde era habitual que la gente de la alta sociedad pasara una temporada. Recuerdo que siempre me decía ‘Tu tío era muy caprichoso y se le antojó casarse conmigo’. La madre también le dijo que se tenía que casar, así que finalmente se casaron”.

Como no tuvieron hijos, Juan Pablo, apenas un chico, pasaba largas temporadas en la estancia La Raquel y compartía el día a día con el matrimonio. Hoy junto con su mujer Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas, continúan con el legado de Valeria: refaccionar el casco de la estancia, que data de 1894 y que por los años había perdido su esplendor y seguir adelante con la fundación que impulsó la tía en la década del 70.

Valeria Guerrero era hija de Manuel Guerrero y de Raquel Cárdenas


“Ella no cocinaba, no cosía ni nada de eso. Tenía otras inquietudes. Además de ocuparse de las casas y sus tierras amaba sacar fotos. Todavía conservamos los álbumes de sus viajes por el mundo”, recuerda su sobrino.

Pinamar, una obsesión
Valeria tenía una obsesión, lograr lo que su padre Manuel no alcanzó a hacer: levantar un balneario modelo como los europeos, que tantas veces frecuentó en sus viajes, en su desierto infinito. Manuel Guerrero había incursionado en Ostende, pero no resultó como lo había soñado. Las dunas eran incontrolables, no lograron fijarlas y las construcciones poco a poco quedaban tapadas por arena.

Poder forestar de la manera correcta era un desafío y Valeria encontró en el arquitecto Jorge Bunge, con el que la unía una profunda amistad, a la persona indicada. Bunge había hecho unos años antes una gran remodelación en La Raquel. Él, por sus años de estudio en el exterior, sabía cómo forestar para fijar las dunas. 

Juntos iniciaron el camino de un balneario modelo: Pinamar. Valeria donó 3600 hectáreas para el proyecto, que demandó años de trabajo, de luchar contra esos médanos vivos, de lograr acuerdos para que se hagan rutas. De un sinfín de dificultades. Pero la amistad se resintió, la relación no terminó bien entre ellos y Valeria terminó alejándose del plan original.

“Una ilusión he tenido siempre, desde chica: la idea de formar un balneario en los médanos de papá, cerca de Ostende, lo que él quiso hacer en 1909. Lo he deseado vehementemente. He querido que se hiciera. Por un lado, lo he conseguido. Pinamar es una playa muy linda, gusta a todo el mundo. Por otro lado, siento una gran pena por no seguir trabajando allí y poder ocuparme de todo como hacíamos al principio”, escribió Valeria en Surge Pinamar.

Valeria Guerrero en 1939


En el libro, que está agotado, pero que la familia Guerrero-Russo planea reeditar, cuenta sus memorias sobre el nacimiento del balneario con lujo de detalles. En las páginas se lee, desde su óptica, cómo se fue quedando afuera del proyecto, a tal punto que llegó a ser considerada enemiga de Pinamar.

En algún momento, Valeria Guerrero consideró que quedaba liberada de la exigencia de entregar otros terrenos a ese emprendimiento. También renunció a un compromiso que tenía con Vialidad Provincial de donar tierras para el camino y para el puesto del caminero, además del alambrado necesario. 

Respecto del conflicto con Bunge, escribió: “Pienso, como una descarga, como un atenuante para la conducta de Jorge, que una vez embarcado en esa empresa, que se iba volviendo tan importante, y justamente por ese motivo, surgían a cada rato, y cada vez más inconvenientes. Las dificultades lo desbordaban. La gente que lo rodeaba iba en aumento a medida que adelantaba Pinamar. Estoy segura que lo tenían acosado: para que tratara de conseguir lo que realmente se necesitaba.” 


Valeria junto con su marido Juan Pablo Russo y el ahijado de la pareja, Juan Pablo, que recuerda los años compartidos con Valeria

Cecilia Guerrero recuerda que para Valeria fue muy duro todo lo que pasó con Pinamar: “Fue un tema que la tuvo muy mal, al que le había dedicado mucho esfuerzo, pero siempre trató de entender a Bunge, nunca quiso pelear, se manejaba con mucha altura”. 

Años después, con la pasión intacta por seguir desarrollando la costa argentina, Valeria se refugió en las tierras que le quedaban al sur de Ostende para crear a un nuevo balneario: Valeria del Mar. Con la misma técnica, también lograron fijar los médanos del nuevo balneario.

Así lo recuerda: “Juan Pablo quiso ponerle mi nombre a este balneario cuando lo fundó. A mí, al principio, no me gustaba. No me hacía gracia. Parecía que uno quería llamar la atención. Después pensé que, como en la familia no seguiría el nombre de Valeria, era bueno dedicarlo en recuerdo de mi abuela, Mamí, a quien yo he querido tanto.”

En la década del 70, junto con su marido creó una fundación, donde organizaban conciertos en el campo de La Raquel con renombrados artistas, un evento que recibía cobertura de las revistas de la farándula. La fundación, que continúa en manos de los sobrinos, realiza acciones de ayuda a la comunidad, como comedores y acciones relacionadas con la salud.

Valeria era una enamorada del mar y, mientras pudo, le gustaba ir a la playa. También amaba a su querida estancia La Raquel, su lugar en el mundo. Murió a los 92 años y mantuvo hasta el final de su vida su estilo. Siempre coqueta, de buen comer y tomar.





miércoles, 21 de noviembre de 2012

El pibe Carlitos y el "Cuento del tío"

"Una investigación criminalística revela por primera vez el prontuario real de Carlos Gardel, en el que aparece con el alias del “El pibe Carlitos” y con antecedentes de “estafador por medio del cuento del tío”. Así encabeza el diario La Voz la nota "El Pibe Carlitos", escrita por Raúl Kollmann

Es muy interesante. Según el informe, Gardel aparece en dos prontuarios y un expediente (1904, 1915 y 1923) con el apellido Gardez y Gardel y distintos lugares de nacimiento. En 1933, al redactar su testamento asegura que es francés, que su madré era de apellido Gardés, pero que él es "Carlos Romualdo Gardel". 

Las pruebas de que es siempre la misma persona la aporta la investigación de dos peritos que utilizan "el AFIS, Automated Fingerprints Identification System, en castellano Sistema Automático de Identificación de Huellas Digitales. Se trata de un software que convierte la huella en una figura tridimensional y hace la comparación". Los forenses Raúl Torre y Juan José Fenoglio compararon las huellas digitales en los tres años citados al principio y siempre corresponden a la misma persona. Aquí la historia completa.

La caricatura corresponde al artista uruguayo William Ferreira.




domingo, 15 de abril de 2012

Carta abierta a Edesur


Queridos amigos y amigas de Edesur:

Quería contarles que la otra noche se cortó la luz en casa. Así, de un momento a otro nos quedamos a oscuras. Sombras nada más. Para colmo, afuera llovía torrencialmente y los postigos de las ventanas se golpeaban frenéticamente por el viento. Cuando intenté cerrarlos me dí cuenta de que la Cuqui, la vecina de enfrente, también estaba a oscuras. Y lo mismo les pasaba a Miriam y Cristian –que todavía estaba volviendo del trabajo- y a Silvia, la maestra. En realidad, toda la cuadra, todo el barrio estaba a oscuras. Les pido por favor que tomen asiento antes de seguir leyendo: media ciudad estaba a oscuras y miles de personas no tenían ni luz, ni agua, ni teléfono, y a muchos se les voló el techo. A Isabel, la modista del barrio y a su marido “el negro”, subcomisario de la bonaerense, se les voló el techo de la ampliación. Una vez que pudimos encender algunas velas me puse a llamar a la chica de las emergencias, pero no me atendió. La verdad es que no me extrañó porque las otras veces cuando se cortó la luz y llamé tampoco me atendió. Seguramente estaba en el baño. ¡Tiene derecho! Después supe que ella como la mayor parte del personal participaba de un retiro espiritual. Es claro, porque esto pasó en vísperas de la Semana Santa y para los encargados de la Luz qué mejor que un recreo espiritual lejos del ruido de esta gran ciudad. Mejor otra gran ciudad.

A la mañana siguiente empecé a recorrer la zona para llevar una cuadrilla de Edesur a casa, pero no encontré ninguna. Tampoco ninguna moderna unidad de los contratados, ni siquiera en el Parque de la Ciudad, donde cada mañana suelen cargar las pilas entre mate y mate. Cómo lamenté no haberle pedido un número de celular al jefe de aquella cuadrilla que vino a cortarme la luz el día después del segundo vencimiento cuando andaba en la mala. Por suerte mi mujer pudo convencerlos de que había ido a pagar. Igual me sentí muy mal. No me gusta incumplir. Por eso entiendo cómo se habrán sentido desde el presidente hasta el último de los operarios, esa angustia de dejar en la penumbra a millones de personas. Y no poder decir nada, ni un comunicado, ni explicar qué había pasado, dónde estaban las prioridades, por dónde empezar, qué precauciones tomar. Qué trago amargo para los voceros de la compañía que jamás pudieron dar precisiones ni hacer conocer un plan de emergencia a través de los medios. Tranquilos, que a ningún otro se le ocurrió: ni al “Barba” Gutiérrez (nuestro alcalde) ni a ningún otro iluminado del in eternum listado de secretarías municipales. Y no por un día. En casa tuvimos suerte: fueron cuatro días y medio a pura vela, linterna y rolitos. Pero soy una persona optimista, lo reconozco: aprendí a levantarme y acostarme con el sol, redescubrí la luna y las estrellas, y con nuestras hijas recuperamos el diálogo. Como en esas películas apocalípticas en que todo colapsa, la notebook, la tablet, el televisor, el dvd, ¡¡los celulares!! y todo tipo de aparatejo eléctrico y electrónico quedó fuera de combate. Pero hablamos entre nosotros. Les conté de mis autores favoritos de la secundaria: Marco Denevi, Manuel Mujica Láinez, Alejandro Casona. Ellas me hablaron de Knowling, de Haroldo Conti, de Horacio Quiroga; fueron veladas enriquecedoras a la luz de las velas. La cultura estará eternamente agradecida a Edesur. 


Claro que no todos ven el vaso medio lleno, obvio. Nunca faltan los que se quejan de la negritud, de la inseguridad, prenden fuego en las esquinas, hacen piquetes. Noté como un estado pre anárquico, donde todo el mundo siente que puede hacer justicia por su cuenta. No les lleven el apunte. Si nada de esto hubiera pasado igual hubieran protestado. Ya lo explicó una poetiza exaltada: “Cuando no piden panes, pretenden casas”. Sé que ustedes no me registran, pero les aseguro que los tengo muy presentes. Para que se ubiquen les cuento dónde vivo. Estoy en Ezpeleta, un lugar un tanto perdido en el mundo, pese a que estamos a sólo 25 kilómetros del glorioso Congreso de la Nación. Mis amigos y familiares muy delicadamente me lo hacen saber cada tanto cuando discretamente me preguntan cuándo me voy a mudar. Vivo en la parte este de la ciudad, entre el río y las vías del tren. Como dijo María Elena Walsh en una antigua canción de cuna, aquí viven “hombres, mujeres, niños, es decir nadie”. Entre nosotros, si lo ven a nuestro intendente, el “Barba” Gutiérrez, coméntenle de esto porque de un tiempo a esta parte no lo hemos vuelto a ver. En octubre anduvo por acá pero no puedo recordar qué lo trajo por la zona. Lo mismo si encuentran algún concejal, diputado, senador, en fin, un alguien que tenga algunos minutos para acompañarnos. A Daniel díganle que nosotros también creemos en Dios. En Dios sí. Eso sí, ni una palabra a Cris de todo esto. Me imagino cómo debe haber estado la pobre en El Calafate, tan lejos su cuerpo de los problemas tan cerca su corazón de los pobres. Todo esto lo pido por la gente (es una frase que aprendí de los políticos y se las recomiendo); no por mí. En casa nos arreglamos con poquito. El día del corte, la heladera estaba medio vacía (medio llena no, no se confundan) como casi siempre, así que no perdimos nada. Y a la otra mañana –ya dándonos cuenta de que el retiro espiritual de Edesur se prolongaría por varios días- decidimos que compraríamos la comida día por día. Lo lamenté por los amigos comerciantes, con semejante corte de energía ni locos les íbamos a comprar. Seguro que se les pudrió todo. Nosotros fuimos a los chinos de Mitre porque ya sabemos cómo es esto: cuando vuelve la luz aumentan los precios, exageran las pérdidas, le hacen un juicio a la pobre Edesur y a los 15 días ya están repuestos y con la 4x4 cero kilómetro frente a sus negocitos. Atenti con estos piolas. No quiero ser cómplice de nada que huela a abuso. Hablando de oler, les paso un dato: en la carnicería de Cristian, mi carnicero, olí carne podrida. No dije nada. Pero mi olfato quedó saturado.


Es que así funciona el sistema: a veces se pierde aunque no sé si sabrán de qué se trata esto. Pero siempre hay una primera vez: miles de kilowats sin facturar, horas extras que pagar (en estos casos siempre conviene pedirle a los laburantes que pongan el hombro) y quién sabe cuántos postes y miles de metros de cable por reponer. No quiero ni pensar cuándo el Gobiern empiece a multarlos para distraer la atención de la opinión pública.  No quiero ser duro, pero es tarde para llantos y mocos. Hubieran elegidos los trenes y jamás una multa y sí muchos buenos negocios. Mi compu ya funciona. Les cuento cómo fue. Yo mismo me fui a Edesur el lunes temprano por la mañana, en los bajos de Primera Junta. Fue una reacción tardía. Reconozco que me dormí en las penumbras. Estaba llena de gendarmes y policías. Parece que ellos también estaban a oscuras. No se imaginan la alegría que sentí cuando el mismísimo portero de la planta se me acercó papelito en mano para tomarme el reclamo. Al advertir rápidamente mi serenidad el buen hombre llamó a Cristian Luna, el jefe de turno que tomó nota de mi pedido y por teléfono dos horas más tarde me confirmó que “en 40 minutos” iría una cuadrilla al barrio para ver de qué se trataba el problema. Y así fue. A la media mañana ella volvió, se hizo la luz para dos mil seres humanos. Sé de su honorabilidad y que por estos días la actividad eléctrica de sus corazones es probable que se haya intensificado. ¡Tranquilos! Nada de perder la calma. Todo esto pasará y pronto será sólo un mal recuerdo: ¡suspender el solaz espiritual para volver al yugo y trabajar días feriados, por favor! Por suerte para ustedes amigos de la luz, en la Argentina todo pasa muy rápido: la historia, la electricidad, la memoria. Con todo el aprecio que se merecen, un amigo y fiel cliente que nunca podrá dejarlos.

David Kohler

miércoles, 11 de abril de 2012

Buenos momentos con amigos

Omar, Juan Carlos, Enrique, Rubén, Julio, Ricardo, Rubén otra vez, un segundo Enrique, Gustavo, David, Gabriel, Lito el anfitrión, son los nombres de aquella noche donde charlamos lindo y hasta pudimos compartir algo muy nuestro. 

El asado fue bueno, pero los vínculos fueron lo más valiosos. 

Publicada originalmente el 11 de abril de 2012.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Un drama que no fue tragedia


Cuando sonó el teléfono y mi esposa comenzó a contestar cosas como "sí, sí"; "¿usted está bien?" y "ahora va para allá", supe que algo malo había pasado y que esa noche no comería la ensalada apoteótica de lechuga, tomate, cebolla, zanahoría y pepino que me había preparado. La verdad es que ya había perdido las ganas de comer al escuchar las palabras y la seriedad con que eran pronunciadas.

Me subí al auto y llegué en unos 15 minutos a la casa de mis viejos. "Quito" y Nelly, amigos y vecinos de hace muchos años ya estaban allí. Quito estaba adentro de la casa intentando ordenar el caos más que nada emocional que había quedado después del asalto con golpiza al que habían sometido a los viejos. Nelly me tranquilizó con alguna cuota de realismo ni bien me bajé del auto: "Están bien, pero a tu papá le pegaron en la cabeza".

El charco de sangre que encontré en la puerta de casa me confirmó que me iba a encontrar con algo desagradable y que lamentablemente para mí y los seres que más quiero, la inseguridad había dejado de ser una noticia en la televisión o una estadística. Mi papá estaba sentado con un trapo en la cabeza, creo que era un repasador. Había manchas y charquitos de sangre por toda la cocina. Estaba conciente y parecía tranquilo.

Nelly había pasado un trapo por el piso, supe después, de manera que el espectáculo de sangre y silla rota quedó atemperado. Unos minutos después cayó mi hermano, después la ambulancia municipal, más tarde la privada y desde el principio los policías que me aseguraban que tenía que estar agradecido, que podía haber sido mucho peor. Algunos vecinos se acercaron a preguntar lo obvio, en fin, a mostrar un poco de interés por el prójimo.

Mi madre ventilaba su angustia hablando sin parar. Le duró varios días. Lentamente se fue normalizando, pero a casi dos años del hecho sigue preocupada si tiene que volver a su casa tarde. Tarde es a las ocho o nueve en invierno. Nos hablamos por teléfono, los acompañamos en otro auto. Pese a lo dramático del hecho no han quedado traumados, pero sí prudentes. Está bien, él tiene 81 y ella 76.